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Centro Cultural Amaya Salazar: un lugar donde la belleza del arte fluye en cada rincón 

Existen artistas que sus obras se convierten en susurros constantes al alma, son poemas visuales que traspasan generaciones y geografías. Amaya Salazar es una de ellas; esta artista es una de las figuras más emblemáticas del arte contemporáneo dominicano. Con una estética que conjuga lo humano, lo natural y lo simbólico, Salazar ha elevado la cultura criolla hasta cimas donde el arte dialoga con la eternidad.

Las huellas de su trabajo están grabadas con tinta indeleble en la historia cultural dominicana. Sus piezas forman parte de las colecciones permanentes del Banco Central de la República Dominicana, el Museo de Arte Moderno y el Consulado de los Estados Unidos en Santo Domingo. Murales suyos adornan espacios emblemáticos como La Marina y el Centro León. Cada uno de estos lugares vibra con la energía vital de su obra, con la luz tropical que brota de sus colores y la armonía que emana de sus formas.

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El arte como destino pleno

Al hablar con Amaya, nos adentramos en su universo donde la belleza no es un capricho, sino una consecuencia inevitable de la creatividad, la destreza, el talento que poseen sus manos expertas. “Empecé casi por azar”, confiesa con una serena honestidad, “las clases de pintura que tomé como hobby me llenaron, me transformaron. Y entonces decidí que quería ser artista”.

Pero esa decisión no fue impulsiva, fue una vocación esculpida con formación rigurosa y sensibilidad constante. Salazar, al visitar museos, empaparse de obras maestras, cultivar la mirada… todo ello fue nutriendo una convicción férrea que la llevaron hasta está hoy en día. 

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Ver la obra en los museos cambia todo. Volver a la Galería Uffizi en Florencia fue un impacto. Ver a Goya, su trazo, su expresión… fue revelador. Y Francis Bacon también me marcó. Sus rostros, su tratamiento del espacio con una brutal honestidad. Ellos me enseñaron el amor al arte, la devoción profunda a crear algo que es de uno, único, irrepetible”.

El trazo como génesis

Para Salazar, todo comienza con el dibujo. No como un simple boceto técnico, sino como el inicio de un viaje íntimo hacia lo que luego será una obra viva, pulsante. “Siempre empiezo con un dibujo diminuto, unas líneas sencillas que contienen ya la idea, la semilla. Luego lo perfecciono, lo amplío y, si va a ser una pintura, paso al óleo. Si es una escultura, trabajo con barro, pero siempre comienzo con ese primer trazo, esa forma primigenia”.

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El alma en silueta

La obra de Amaya Salazar es figurativa, pero no realista. Ella misma lo aclara con convicción: “Mi arte no busca imitar la realidad, sino transformarla. Quise eliminar detalles que no me eran válidos, simplificar para encontrar lo esencial. Por eso la figura humana, especialmente la mujer, la madre, la familia, se convirtió en el centro de mi obra. Siempre unida a la naturaleza”.

Su uso del color es exuberante, pero nunca excesivo. La luz no está allí para embellecer, sino para revelar. “El color del trópico, su intensidad, su vitalidad… eso está en mi obra. La luz, esa luz que nos inunda en la isla, está simbolizada en cada trazo. Es un arte que habla del calor humano, de la identidad caribeña, de lo que somos”.

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Y en efecto, observar las pinturas de Amaya, es un viaje de colores, es sumergirse en ese mar de cálidos azules, de siluetas que parecen danzar al ritmo del viento isleño, de sombras que narran historias íntimas. Pero siempre hay una figura que se destaca entre sus trazos: la feminidad de la mujer. 

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Más allá del lienzo

Su compromiso con el arte va más allá del estudio. Hoy, Amaya Salazar forma parte de un ambicioso proyecto cultural junto a la curadora Bingene Armenteros: el Centro Cultural Amaya. Recientemente reabierto, este espacio busca convertirse en un epicentro de inspiración para las nuevas generaciones.

Queremos ofrecer un lugar abierto a conferencias, exposiciones, ideas innovadoras. Hay mucha creatividad en los jóvenes artistas, pero no siempre tienen dónde mostrarla. Cuando yo empecé, las exposiciones eran eventos esperados, la gente se entusiasmaba, quería coleccionar. Ahora hay menos espacios, más exigencia. Y queremos cambiar eso. Queremos sembrar esperanza”.

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