Por Carlos Andújar, Sociólogo y asesor cultural
Siendo como somos, una sociedad marcada por el machismo tradicional y donde la mujer ha tenido que ganarse un sitial con luchas y reconocimientos tardíos de su papel en la sociedad, la condición de padre presenta debilidades estructurales y de fragilidad que la hacen perder hegemonía, sobre todo en el ámbito familiar.
Si bien ese machismo se refleja en la estructura familiar, no menos cierto es que su protagonismo se diluye cuando de responsabilidades sociales y de otra naturaleza muy relacionadas con la conformación del individuo se trata. Eso es visible en la manera en que se cumple el rol de padre ante el seno familiar.
Esto es en cuanto a los roles, como le llama la sociología, sabiendo que el más gravitante sigue siendo el económico, para los padres, mientras que el social, cultural y afectivo queda en manos de la madre, y que terminan definiendo su peso en la estructura familiar. Es así como vemos un protagonismo casi nulo de los padres hacia la educación de sus hijos, ocupándose principalmente de asuntos económicos y, muchas veces, del control conductual de los hijos.
De su lado, la mujer diversifica sus funciones en el seno familiar, entre afecto, vida doméstica, atención escolar de los hijos y de su salud, además de todo lo concerniente a la transmisión de los valores culturales y afectivos.
Todo este dinamismo familiar se centra en la mujer, pues no olvidemos que la nuestra es una familia matrifocal, donde el eje de articulación y cohesión es la mujer, en lo afectivo, familiar, presupuestal de familia, vida doméstica y preocupación escolar, lo cual le da a la mujer un papel de principalía.

La matrifocalidad genera un remolino alrededor de la mujer como centro familiar. El hombre, en la mala tradición nuestra, es de la calle y, por tanto, una parte del tiempo a dedicar a la familia lo pierde con amigos y en ambientes alejados del espacio de familia, siendo la mujer quien llena estos vacíos de cónyuges.
Por eso los hombres suelen decir que el Día del Padre a penas se menciona… una canción de son dice: “Si se muere el padre nos causa dolor, pero si se pierde una madre, no queda nada en este mundo”. Claro, en este escrito no queremos contraponer roles, sino evidenciar posicionamientos del padre y la madre en el seno familiar y hacia la sociedad misma.
A veces, la sociedad reduce el papel del padre a simple funciones como el regaño, censura de los hijos, y ve natural que no se ocupe de las tareas escolares de los hijos, de llevarlos al médico, de andar cargado con los muchachos encima, como hacen las madres, o simplemente, desatendido los padres casi siempre, los temas de la transmisión cultural, la construcción de afectos y el manejo cotidiano de la casa, normalmente tarea de la que se encargan las madres. Sin embargo, esta realidad en los hechos reduce al mínimo a los padres en su peso familiar, por cuyas razones, cuando el padre se separa de la familia y de todo, el núcleo familiar sigue… tal vez afectado monetariamente, pero cohesionado. No obstante, si la madre sale del escenario familiar, el núcleo se diluye. Es tan fuerte el peso de la mujer que, si tiene que salir la madre del país, los hijos se quedan con la madre materna, y el padre casi nunca cubre la ausencia dejada por la madre.
Por tanto, es obvio que el papel del padre en nuestra sociedad ha perdido espacio, referencia y peso familiar, no solo visible en las fechas de su celebración, sino en situaciones donde se construye ciudadanía, afectos, valores e identidades, pues de estos temas en gran medida se ocupan las madres, aunque afirmarlo hiera susceptibilidades de los hombres.
En muchos casos, el padre es una figura decorativa, que decide en los tranques difíciles que atraviesan los hijos, pero que, en muchos casos, contribuye poco a la formación como individuo y ciudadanos de sus hijos.